Pero la mía es mucho más simple: me gusta correr, me hace bien. Ahí donde otros sufren, yo disfruto. Y no hay nada más fácil, no conozco a nadie que no sepa hacerlo. Cuando uno hace algo que no tiene dificultad ni padecimiento, la hazaña no existe. Por eso, ante la repetida pregunta de cómo o por qué, la respuesta es simple: porque cada vez que termino de correr soy más feliz que antes de empezar. Punto. A otros no les pasa, a mí si, ese es mi privilegio.
De marzo a hoy corrí casi 1.300 kilómetros. No sólo para llegar hasta acá pero sobre todo para que mis días sean mejores. Si corro a la mañana, el día lo disfruto más. Si corro a la tarde, la carga del día se vuelve más liviana. Y por los entrenamientos duermo más y mejor. Como más sano y ordenado. Me hice un chequeo médico general y dos particulares. Cuatro o cinco veces por semana estoy entre una y dos horas, solo, conmigo mismo. Y ya comprobé que los días que entreno estoy de mejor humor... Entonces, ¿cómo no voy a correr?
Claro que, para hacerlo, necesitás una familia que lo vea, lo entienda y lo acepte. Por eso es un orgullo que entre las primeras cosas que aprendió a decir mi hija esté "a coded papi, a coded", cada vez que me veía atarme los cordones. O esa fantástica decisión de proponerle pasar la vida juntos a una mujer que me ayuda a cumplir los sueños. Eso es familia, estar a 6.000 millas de distancia, pero estar juntos a la par.
Tengo, además, el privilegio de entrenar con el profe Mario Corvi. Gran corredor, mejor persona, y con la capacidad de saber qué hacer para que las cosas sucedan. Y con él, además, Francis y José, un tetratleta y un ahora ultramaratonista que, no importa lo que pase, van para adelante. Y me llevan con ellos.
De la carrera en sí, dejaré que escriban otros (a Daniel Arcucci, por ejemplo, con este precioso texto lleno de lecciones). Probablemente lo hagan mejor que yo. Sólo diré que todo fue más perfecto de lo que esperaba. Se recorre de norte a sur, y de oeste al lago, una ciudad fantástica donde absolutamente todo, por un fin de semana, gira alrededor de su Maratón. Imposible no sentirse especial. Por eso, aún convencido que vendrán más, cito a Santiago García: Chicago siempre será Chicago.
En la llegada, cuando todavía me faltaban unos metros, esperaba mi viejo. Donde algunos se quedaban afónicos para ser escuchados, el no abrió la boca. Alzó un puño apretado a la altura del hombro, esbozó una sonrisa gigante, me miró fijo. El mismo mensaje que tantas otras veces, ese que nunca hizo falta pronunciar, porque siempre alcanzó con su ejemplo: en la vida nadie te regala nada pero, si te esforzás en serio, las cosas suceden. En mis 35 años nunca había compartido tanto con él como en estos días. Por eso no tengo dudas que, en perspectiva, los casi seis días recorriendo con él, valen más que las casi cuatro horas corriendo sólo.
Hoy volví a correr 42 kilómetros y 195 metros... Y algunos siguen diciendo que el running, como la vida, consiste en alcanzar metas; pero la diferencia significativa sigue siendo disfrutar el recorrido. Persigan sus sueños, pero estén bien despiertos hasta que llegue el día de alcanzarlos.
En la foto, un tipo que ganó en la Maratón de Chicago.
Y el que salió primero:
Dickson Chumba, 02:09:29, # 1
Martín Casaccia, 03:38:07, # 5705
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