Estas líneas son otra batateada (dícese de los post que nada tienen que ver con la temática del blog). O quizá no. Tal vez está más relacionado de lo que parece. No sé.
Cristina eligió, en su primera cadena nacional del año, aparecer sentada en una silla con ruedas.
Entendemos que el uso de la misma responde a una recomendación médica que, obviamente, es aconsejable que la presidente acate. Suponemos también, que la aparición de la misma en cámara tiene que ver con una sugerencia comunicacional que, lógicamente, ella podría haber desestimado.
Para ser claros: podría haber sido asistida para que se siente donde lo hace habitualmente; podría también haber usado la silla detrás del escritorio presidencial; o hasta incluso, como recurso alternativo, se podría haber limitado la cadena a un plano más corto como es habitual en este tipo de transmisiones.
Pero no. Se decidió que sea en la silla con ruedas, sin escritorio por delante, y comenzarla con un deliberado plano abierto.
No la juzgo. Sólo interpreto el mensaje.
Como explicó Paul Watzlawick en su teoría de la comunicación humana: "es imposible no comunicarse, todo comportamiento es una forma de comunicación". También Eliseo Verón, a quien tuve el privilegio de tener como profesor, escribió sobre las diferencias comunicacionales entre Cristina y Dilma: "Toda “puesta en escena” mediática (la metáfora teatral no es aquí peyorativa) implica un empobrecimiento radical de la sustancia a partir de la cual se la construye."
El marco de la cadena nacional fue, indiscutidamente, una puesta en escena de la que algún asesor en comunicación ahora se debe estar jactando. Por eso, mientras dejaba pasar unos días, decodificaba el mensaje, y escribía mentalmente un borrador de este post, recordé además de los dos autores ya citados, una frase polémica y un momento personal.
La cita pendiente es de un genio, loco como todos los genios, que en un momento de lucidez sorprendente en un estado impresentable, profesó: "...lástima creo que no se le tiene a nadie, maestro... Pelealo, tenele bronca, pero lástima a nadie". Y eso de no tener lástima lo entendí muchos años antes de esa frase. Quizá por eso nunca más la olvidé.
Mi abuelo se resistió a la silla de ruedas hasta que fue inevitable. Se mantuvo con el bastón y andador todo lo que pudo. Hasta que esas lentas caminatas que hacíamos juntos fueron imposibles. Desde entonces, en su departamento se movía en una silla de escritorio con rueditas, pero tuvo que ceder a silla con ruedas ortopédica, como la de Cristina, para salir a la calle. Sin embargo, no permitía que fuese conmigo -ni con mis hermanos-, sólo con su enfermero Roberto. Insistí una y otra vez pero, no había forma.
Hasta que un día, ingenuo, pensando que él temía que yo no fuese capaz de maniobrar la silla, decidí enfrentarlo. Incluso, le dije, que tomaría lecciones con Roberto para ser un gran conductor de sillas con ruedas.
El abuelo apoyó el ferné con soda, y sonrió. "No entendés nene, ¿no? El problema no es manejar la silla. El problema es que no quiero que me veas arriba de ella."
Recién ahí entendí. Por eso la silla de escritorio, por eso la suspensión de los paseos. El abuelo no quería que sus nietos lo vean en una silla de ruedas. Lo releo y me conmuevo como el día que escuché la frase por primera vez.
Porque en definitiva, "todo comportamiento es una forma de comunicación". Y cada uno elige como comportarse.
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