Es cierto que Walter White, Gregory House, y Frank Underwood son sólo personajes de ficción pero, protagonistas de las series más exitosas de los últimos tiempos, encarnan tremendas paradojas sobre el "querer ser" que sus historias nos proponen.
Tres mentes brillantes que trascienden los límites, ignoran las reglas, y desafían principios morales, en pos de un supuesto bien final mayor... Y la incontrolable necesidad de satisfacer su propio ego.
Abanderados de la idea que sus fines justifican cualquier medio, son capaces de hasta aceptar una muerte como efecto colateral. El profesor de química enfermo terminal de cáncer vende metanfetamina por amor a su familia; el médico es capaz de absolutamente cualquier cosa para diagnosticar una enfermedad que salve una vida; y el político no conoce escrúpulos a la hora de definir lo que, supuestamente, es mejor para su país.
Y en los tres casos, dicho objetivo, camufla el egoísmo propio de esas mentes superiores.
Porque la genialidad se utiliza para justificar, entre otras cosas, la locura y los métodos. Está establecido que el genio puede (y casi que debe) transgredir. Porque es cierto, ello es necesario para cambiar el mundo. ¿Pero cuál es el límite?
Las tres series ponen sobre el tapete el querer ser. O mejor dicho, lo contraponen con el deber ser.
Cuando era chico, en la televisión ganaban los buenos. Siempre. Uno se identificaba con un detective que no usaba armas pero podía desactivar una bomba nuclear con un clip y un chicle; con una pareja de motopolicías incorruptibles que, además, eran amigos; con una banda que aún siendo convictos, era por un crimen que no habían cometido.
En los programas de ahora, no se sabe cuál es uno, cuál el otro. Pues esa es la principal paradoja: es casi inevitable generar empatía con esos personajes, construidos siempre con la misma arquitectura: inteligencia, soberbia, potencial, control, ego, corrupción, ambición, orgullo...
No pretendo pasarme en moral. Es ficción. Y las disfruté tremendamente. Y esa es la segunda paradoja: las series, como los videojuegos, son más atractivas si el rol protagónico tiene esas características de lo que no podemos (o debemos) ser en la vida real. Es cierto, no se discute.
Pero cada tanto al menos, no está mal recordar que ningún fin justifica cualquier medio. Y que los límites entre "los buenos" y "los malos" nunca deberían ser tan difusos. No sea cosa que en breve nos cueste distinguir a unos de otros. O nos olvidemos de admirar a los que hacen las cosas bien en serio.
Porque ficción o no, es importante que sigan ganando los buenos. Siempre.
(La caricatura es de @keeltyc)
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