El sábado a la tarde se corrieron en Buenos Aires los ya tradicionales 10 kilómetros de Nike. Popular y multitudinaria carrera que se repite todos los años y convocó la terrible cifra de 15 mil corredores en las calles de Puerto Madero y el centro porteño.
(fotón vía @atletas)
Y hay una anécdota de la carrera que se robó este post para arrancar la semana.
Luego de correr, hidratarme, elongar, descansar, buscar a "La Campeona" por la guardaría de bicicletas, y encarar la vuelta para casa, me sorprendió que las calles de la carrera seguían cerradas aún a casi dos horas de comenzada la carrera.
Hasta que lo entendí.
A casi un kilómetro de la llegada, venía una corredora más. No corría. Pero tampoco caminaba. La seguía de cerca una ambulancia, la acompañaba una moto de la organización, y la escoltaban dos oficiales de prefectura que le indicaban a los autos que la calle seguía cerrada.
Sólo como referencia, iba una hora y cincuenta y cinco minutos de carrera. Su ritmo promedio era de doce minutos por kilómetro. Cuatro veces más que el del ganador, que había llegado hacía casi una hora y media.
A su paso se cruzaba con los corredores que ya se retiraban... Y no podían dejar de conmoverse. La aplaudían, la alentaban, y hasta la acompañaban corriendo.
No sé casi nada de esa corredora. No entiendo por qué llevaba tanto abrigo, ni que historia contaba la rodillera de su pierna izquierda. Pero cuando la vi, deduje dos cosas: iba a salir última; y no le importaba.
Porque lo que sí supe de ella es que no iba a abandonar.
Algunos creen que renunciar es una forma válida de no perder. Pero otros saben que hay algo mucho peor que salir último: no intentarlo.
Sea éste post mi humilde homenaje a los que no abandonan.
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